viernes, 27 de septiembre de 2013

Él

Y allí seguía esperando en su puerta a que pasara un milagro.
Y allí seguía, malgastando (o quizá ganando) agónicos instantes de desesperación silenciosa.
Y allí nacía el terror y sus noches de angustiosa pesadilla, allí pastaban a sus anchas los herbívoros monstruos de su conciencia.

Allí era donde maquinaba planes secretos, donde su imaginación creaba nubes de calor adherido a un alma que tiritaba del frío de estar sola.
Allí, donde se acababan las calles y empezaban los prados, echaban a andar de la mano él y su locura, hablando a la vez, creando juegos sin sentido, cantando en voz baja las formas que creaba el humo de sus recuerdos quemados.

Allí era donde se postraba, en silencio, absorto en pensamientos que nunca verían un ápice de luz. Donde las vacas flacas engullen a las gordas, tras el opaco iris de sus ojos alzaba los cimientos, las paredes y el techo de esa habitación.

Esa habitación que no era en su mente más que el almacén de los recuerdos dormidos, los retales de fantasías y realidades que no es ya capaz de distinguir.

Allí, en esa lejana mecedora, acurrucaba la débil llama que aún lo unía a una vida a la que no estaba seguro de querer pertenecer.

Allí se encontraba día a día con sus sueños, sus metas, sus derrotas, sus caídas. Allí era donde decidía que quizá valiera la pena seguir vivo un día más.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Soñando

Cogida de su mano iba andando por las nubes, como si casi no tocase el suelo y toda su energía fuera para sonreirle constantemente, para reír con él, para abrazarlo, para parar en mitad de la calle y besarlo.

Era como vivir soñando, como apartar la niebla con un simple roce, el de sus labios. Era acercarse a él y que su olor le acelerase el pulso, era sentir que se paraba el tiempo al verse reflejada en sus ojos.

Se decía a sí misma que no lo quería, porque el miedo a perderlo entonces sería demasiado insoportable.

Y era entonces cuando sonaba el despertador y volvía a la realidad de la cama vacía, del luto, y se arrepentía de haber vuelto a soñar con los primeros tiempos, como si recordar cuando se conocieron lo fuera a traer de nuevo a la vida.

sábado, 17 de agosto de 2013

A cien por hora

Se apoyaba en mi hombro mientras lloraba. Y yo no la veía pero sabía cómo caían las lágrimas por sus mejillas y cómo llegaban a mi camiseta y la empapaban. Y sabía cómo se le movía el pecho por el roce con el mío. Y yo le tocaba el pelo suavemente y la rodeaba por la cintura, mientras susurraba palabras sin sentido en su oído intentando que se tranquilizase. La quería demasiado como para verla llorar.

No sé cuánto tiempo permanecimos así, ella llorando, yo deseando que no se me saltaran las lágrimas porque no soportaba verla mal. Hasta que por fin lentamente se apartó, llevándose las manos a los ojos. Y vi pequeñas perlitas que no eran otra cosa que sus lágrimas entre las uñas bien perfiladas, que bajaban por los dedos blancos y delicados.

Y al apartar las manos allí estaba de nuevo, serena y firme. Con los ojos algo rojos, pero no importaba, sólo acentuaba lo claro de su mirada, de sus enormes ojos azules. Cómo la quería y qué poco nos lo demostraba.

Fue ella quien tuvo que lanzarse. Fue la primera en cerrarme los ojos y abrirme el apetito. Fue ella quien se inició y, con aquel primer beso, fue capaz de ponerme el corazón a cien por hora.

viernes, 2 de agosto de 2013

Cadenas

Se despertó encadenado. El dolor en sus miembros hablaba de cansancio, de horas en la misma posición. No recordaba cómo había llegado allí, ni recordaba cómo había llegado aquella sangre ya seca a sus manos. Tampoco recordaba en qué momento le había crecido tanto el pelo, en qué momento había llorado (o en cuál había dejado de hacerlo) ni cuánto tiempo hacía que no veía la luz del sol.

No recordaba más  que lo que ya permanecía dentro de él como una verdad insoldable, eterna, mezquina. Su único recuerdo era la roca dura, los  grilletes oxidados. Su único recuerdo era la luz que provenía de la superficie, era el eco de las pisadas de las ratas, el sabor de las lágrimas y un dolor tan grande, como si hubiera perdido algo...

Quizá hubiera perdido algo, no era capaz de recordarlo. Pero suponía que sí. Bueno, más que suponer, algo se lo decía. Era como si en algún lugar de su mente un recuerdo oxidado quisiera ponerse de nuevo en funcionamiento, sin conseguirlo nunca. Quizá con el tiempo.



A ella el sabor de las horas se le hacía monótono. Cada dos días venía Alguien, no conseguía saber quién. Le habían vendado los ojos y había tenido que agudizar los otros cuatro sentidos para no volverse loca allí fuera. Porque sabía que estaba fuera. El viento era demasiado fuerte en algunos momentos, los rayos del sol abrasadores y las precipitaciones... Las precipitaciones no existían. Estaba en algún lugar tan alto que superaba la franja de las nubes. Eso explicaría también que no hubiera oído ni un sólo pájaro. Pero cada dos días venía Alguien.

Alguien le llevaba comida y la examinaba con la vista, pero nunca hacía ningún comentario. Sabía que la miraba por ese extraño cosquilleo que se le extendía por todo el cuerpo. Y la comida que le llevaba no podía llamarse realmente así. Bueno, podría si por "comida" se hubiese entendido alguna vez una serie de sueros destinados tanto a su alimentación, como a provocarle un continuo deterioro de la memoria. Bueno, tampoco de la memoria, tan sólo la memoria que se refería a él. Había un frasco, de entre los cinco que Alguien le daba a probar cada vez que la visitaba, que tenía ese efecto. Era algo que había averiguado a las pocas semanas de cautiverio, aunque no sabría decir el tiempo que hacía de eso. Por eso, cada vez que Alguien venía, procuraba beber sólo un poco de cada frasco. Así, ciertamente, iba aumentando la desnutrición. Pero conseguí también su principal objetivo: no lo perdía, no perdía su recuerdo, no perdía cada uno de los maravillosos momentos cuya penitencia ahora estaba pagando.

Ella estaba en lo más alto de la más alta torre, en el pico más alto de la montaña más alta del mundo. Y él, como los caballeros andantes que pasan su vida buscando a la princesa, vivía en lo más profundo del valle, en el más angustioso hastío. La única diferencia entre los cuentos y la realidad era que nunca se unirían. Que sus manos y pies estaban atados. Que no se darían el más bello beso, sino que recibirían el beso eterno de la muerte.

Quizá algunos pensasen que era una forma bella de morir, pero no veían nada bello en morir si no era el  uno en los brazos del otro.

lunes, 29 de julio de 2013

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No eran más que sus labios los que sonreían, aportando un deje raro a su mirada triste bajo las grandes pestañas negras como el satén. Esa mirada que me absorbía, que me atrapaba, que me hipnotizaba y no me dejaba salir. Esa mirada fría, esos ojos oscuros, esa necesidad de mirarla y a la vez echar a correr. Esas ansias de repudiarla y a la vez abrazarla muy fuerte.

Era la mirada de quien nunca había tenido nada; de quien lo había tenido todo, pero en su interior. ¿Y qué era yo, en comparación? No era nadie, no era nada si comparabas mi mirada con tintes de vacío con la suya, que tanto mostraba. No era mucho más que ese espectro que se sentaba con ella en la mesa, que admiraba la belleza de su armonía fija, que bailaba entre la sombra de sus pestañas y que besaba con la mirada cada centímetro de su piel impoluta, de las fŕagiles ondas de su pelo. No era yo más que una mera espectadora, muda, callada, que contenía el aliento queriendo hacer eterna su belleza efímera, queriendo fotografiar cada cadencia en sus movimientos, cada suave matiz en la curva de sus labios.


No era más que el director loco por la fuerza de su mirada, no era sino el turista maravillado ante la más plena obra de arte. Era sólo yo. Y ella lo era todo.



Oí sus pasos y forcé un poco más la sonrisa. Guardé el espejo de mano y me levanté para saludar a mi verdadera cita de esta noche, quien no sería capaz de apreciar ni la mitad de los suaves matices que me hacían tan bella aquella noche.


domingo, 19 de mayo de 2013

Miedo

La chica corría por el pasillo, asustada, buscando con los brazos alguna salida que la alejase de la luz que parecía engullirla.

Sus pasos se alejaban cada vez más de esa luz que la llamaba y la absorbía. Pero ella tenía muy claro que no quería pertenecer a la luz.

Y corría, y corría hasta que sus manos toparon con un recodo. Asustada por el rápido avance de la luz, giró sin cercionarse del peligro que había más allá, sin ser consciente de la luz que venía de frente hasta que le quemó las retinas acostumbradas a la penumbra.

Ahora ya no existe para ella más que la oscuridad tras sus ojos demacrados, ya no controla el avance de la luz, ya no imagina lo cerca que está de ella, las suaves caricias en la piel de sus piernas que tiemblan por el miedo de lo desconocido.

La precipitación nos ciega, y la ceguera nos hace débiles. Y no se es más débil que con miedo.

Pero, por desgracia, el miedo es el artífice de nuestras vidas.

miércoles, 20 de marzo de 2013

La razón de tu sonrisa

Hoy, cariño, quería decirte que quiero ser la razón de tu sonrisa. Quiero que me mires y que se empequeñezcan tus ojos azules, quiero que te salgan hoyuelos en las mejillas, quiero que ladees la cabeza mientras te ries y que el pelo se haga una cascada al lado de tu cara.

Por qué quiero hacerlo deberías saberlo, creo que lo saben muchos aparte de nosotras. Porque si tú eres la razón de mi sonrisa, es lo mínimo que puedo hacer. Porque si eres tú quien me aplaude cuando caigo, si eres tú la que me ha enseñado que se puede hacer una nona para estudiar, si eres tú quien da ese punto absurdo y fresco a mi vida es lo menos que puedo hacer.

No voy a decir que andaba a oscuras, porque ya vinieron otros antes que tú que pusieron luz. No voy a decir  que no sabía andar, porque también me habían ya enseñado. Pero en ese mundo iluminado me sobraban los pies, me faltaba la dirección y no encontraba el camino.

Y de repente, poco a poco, se fueron perfilando en mi horizonte tus ojos, tu desordenado pelo, tu sonrisa medio torcida y ese ademán sexy que te sale sin tú quererlo. Y ya tenía todo lo que necesitaba; es como si fueses la pieza que faltaba a este puzzle que es mi vida. Ahora ya tenía la visión, los medios y el objetivo, que era esa sonrisa en el horizonte.

Me enseñaste, sin embargo, a descubrir atajos; que a veces salirse del camino de buscar tus carcajadas no son sino otro medio de encontrarlas aún más rápido; que salirse demasiado podría provocar la pérdida del objetivo.
Me enseñaste tanto que no puede decirse con palabras, porque cosas como la entereza, la fortaleza o el uso de la ironía no se pueden describir. Me enseñaste a sacar los dientes a quien me ofende y a no dejarme amedrentar.


Me has hecho un poco tuya y yo te he hecho un poco mía, y ahora todos saben que no hay una sin la otra. Y doy gracias, porque no me agradaría perderte. Porque a pesar de que a veces me salga demasiado del camino, el objetivo no cambia y mis pasos van encaminados hacia él.

De cómo conseguí los medios (los pies, la energía, la luz) no tardaré en hablar a mis queridos lectores, pues fue también gracias a tres personas que lo cambiaron todo. Sin embargo, la persona a la que le digo esto debería saber que va por ella. Mi reactivo limitante que impide que reaccione por completo, la cara que se esconde tras mi cruz.

La sonrisa que hace que realmente me despierte por las mañanas y a la que despido cada noche. Gracias por todo, y ojalá no me faltes nunca.
Y no lo olvides, si quieres llorar estoy aquí a tu lado.
Sonríe y utiliza tu boquita, sé que con ella harás cosas maravillosas.