sábado, 29 de diciembre de 2012

Madrastra

Todos sabemos el relato de Blancanieves,¿ verdad? Claro. ¿Quién no conoce la primera película del gran Walt Disney, la primera princesa de animación?

Y, por supuesto, todos conocen a la madrastra. La Malvada Madrastra, para la mayoría de vosotros. La Fea del Espejo, para otros.

Pues bien, esta madrastra se dirige hoy a vosotros para contaros que quizá la historia no es tal y como vosotros la conocéis, y que puede que el punto de vista cambie mucho la historia.

Según todos creen, me casé con el padre de la bella princesita para vivir de él en esa especie de mansión/palacio que todos conocemos.Pensadlo. Si me hubiera casado con un hombre lo suficientemente rico para tener un palacio, ¿no me habría sido mucho más cómodo contratar a un servicio antes que tener a la hija de ese hombre limpiando?

No, mis animalitos. El pobre hombre (James que se llamaba) era un viudo caído en la miseria, sin un duro, sin trabajo ni oficio conocidos, que una vez muerta su mujer no tenía a nadie a quien chupar la sangre. Cierto es que me enamoré de él, pero en mi defensa argumentaré que fui engatusada por su labia y su forma de mirarme. Por desgracia, cuando nos mudamos la cosa cambió mucho. Esos piropos y miradas lascivas que me propiciaba se convirtieron bien pronto en golpes y gritos, en moratones con mi nombre.

Es cierto que me cansé, que quise devolverle todo el daño que me había hecho y me seguía haciendo. Y lo pagué con su hija. Pero, no nos engañemos, la niña no era ni de lejos como pinta la historia. Cambiad la piel blanca por unas manchas algo incómodas de mirar, como si fuera un pálido leopardo con anatomía humana. Trucad  los carnosos labios en delgadas lineas siempre apretadas en una mueca de disgusto por y para todo. Y ahí la tenéis. La hermosa Blancanieves de la que habéis pasado media infancia enamorados, a quien gustabais imitar cuando erais más niñas, no es más que una niña fea y consentida que no es capaz de hacer la O con un canuto. La pobre niña hacía de su vida un mundo, de cumplir con las mismas labores con las que yo cumplía una desgracia permanente.

Pero el servicio (que al igual que todo, debemos rebajar a unos niveles bastante más pobres que los de la historia que conocemos) no era más que un ingenuo porquerizo que dejó escapar a la niña a cambio de no sé qué favores que tampoco quiero investigar. Claro que me enteré de que no había cumplido la tarea. Claro que la busqué. Pero no vivía con unos enanos mineros como creeis, sino que la encontré en una cueva intentando sin éxito hacer fuego para espantar a los lobos que ya se peleaban por sus casi inexistentes carnes. Al final no la maté. La dejé a merced de los lobos que, igualmente, acabaron por matarla.

Vale, podría decirse que la maté. Tampoco nadie la iba a echar de menos. Bueno, a excepción de ese príncipe que ¡Oh, Dios mío! ¿Olvidé decir que no existe tal príncipe? Espero que a estas alturas al menos lo hubieseis intuido. Alguien decidió darle un final feliz a la historia, no pasó más. Blancanieves (cuyo nombre real podéis imaginar era otro bien distinto) murió en el bosque, rodeada por los lobos que más tarde se pelearían por roer sus huesos.

Al menos ella murió. Cuando James se enteró por el porquerizo de mis planes para con su hija mis problemas fueron peores que los suyos. Las peleas se convirtieron en algo diario y el color de mi piel acabó mutando de un saludable rosado a un triste malva. Y nunca acababa. Al final él murió antes que yo, habiéndose gastado casi toda mi fortuna en Dios sabe qué negocios que nunca vieron la luz, habiendo acabado con mi salud mental para siempre y habiendo hecho de mí una completa desgraciada. Y yo me pasé media vida deseando haber sido ella, deseando haber muerto libre en el bosque en lugar de haber vivido junto a su padre aquel desastre de vida.

Sólo quiero demostrar que las historias más populares no son siempre las reales, que dependiendo del punto de vista todo puede ser muy diferente. Y que los cuentos son siempre más bonitos que las historias reales pero que desgraciadamente son lo menos frecuente.