sábado, 29 de diciembre de 2012

Madrastra

Todos sabemos el relato de Blancanieves,¿ verdad? Claro. ¿Quién no conoce la primera película del gran Walt Disney, la primera princesa de animación?

Y, por supuesto, todos conocen a la madrastra. La Malvada Madrastra, para la mayoría de vosotros. La Fea del Espejo, para otros.

Pues bien, esta madrastra se dirige hoy a vosotros para contaros que quizá la historia no es tal y como vosotros la conocéis, y que puede que el punto de vista cambie mucho la historia.

Según todos creen, me casé con el padre de la bella princesita para vivir de él en esa especie de mansión/palacio que todos conocemos.Pensadlo. Si me hubiera casado con un hombre lo suficientemente rico para tener un palacio, ¿no me habría sido mucho más cómodo contratar a un servicio antes que tener a la hija de ese hombre limpiando?

No, mis animalitos. El pobre hombre (James que se llamaba) era un viudo caído en la miseria, sin un duro, sin trabajo ni oficio conocidos, que una vez muerta su mujer no tenía a nadie a quien chupar la sangre. Cierto es que me enamoré de él, pero en mi defensa argumentaré que fui engatusada por su labia y su forma de mirarme. Por desgracia, cuando nos mudamos la cosa cambió mucho. Esos piropos y miradas lascivas que me propiciaba se convirtieron bien pronto en golpes y gritos, en moratones con mi nombre.

Es cierto que me cansé, que quise devolverle todo el daño que me había hecho y me seguía haciendo. Y lo pagué con su hija. Pero, no nos engañemos, la niña no era ni de lejos como pinta la historia. Cambiad la piel blanca por unas manchas algo incómodas de mirar, como si fuera un pálido leopardo con anatomía humana. Trucad  los carnosos labios en delgadas lineas siempre apretadas en una mueca de disgusto por y para todo. Y ahí la tenéis. La hermosa Blancanieves de la que habéis pasado media infancia enamorados, a quien gustabais imitar cuando erais más niñas, no es más que una niña fea y consentida que no es capaz de hacer la O con un canuto. La pobre niña hacía de su vida un mundo, de cumplir con las mismas labores con las que yo cumplía una desgracia permanente.

Pero el servicio (que al igual que todo, debemos rebajar a unos niveles bastante más pobres que los de la historia que conocemos) no era más que un ingenuo porquerizo que dejó escapar a la niña a cambio de no sé qué favores que tampoco quiero investigar. Claro que me enteré de que no había cumplido la tarea. Claro que la busqué. Pero no vivía con unos enanos mineros como creeis, sino que la encontré en una cueva intentando sin éxito hacer fuego para espantar a los lobos que ya se peleaban por sus casi inexistentes carnes. Al final no la maté. La dejé a merced de los lobos que, igualmente, acabaron por matarla.

Vale, podría decirse que la maté. Tampoco nadie la iba a echar de menos. Bueno, a excepción de ese príncipe que ¡Oh, Dios mío! ¿Olvidé decir que no existe tal príncipe? Espero que a estas alturas al menos lo hubieseis intuido. Alguien decidió darle un final feliz a la historia, no pasó más. Blancanieves (cuyo nombre real podéis imaginar era otro bien distinto) murió en el bosque, rodeada por los lobos que más tarde se pelearían por roer sus huesos.

Al menos ella murió. Cuando James se enteró por el porquerizo de mis planes para con su hija mis problemas fueron peores que los suyos. Las peleas se convirtieron en algo diario y el color de mi piel acabó mutando de un saludable rosado a un triste malva. Y nunca acababa. Al final él murió antes que yo, habiéndose gastado casi toda mi fortuna en Dios sabe qué negocios que nunca vieron la luz, habiendo acabado con mi salud mental para siempre y habiendo hecho de mí una completa desgraciada. Y yo me pasé media vida deseando haber sido ella, deseando haber muerto libre en el bosque en lugar de haber vivido junto a su padre aquel desastre de vida.

Sólo quiero demostrar que las historias más populares no son siempre las reales, que dependiendo del punto de vista todo puede ser muy diferente. Y que los cuentos son siempre más bonitos que las historias reales pero que desgraciadamente son lo menos frecuente.

martes, 6 de noviembre de 2012

Hoy me acordé de ti.

Hola.

Sólo quería saludarte, saber qué es de tu vida, qué haces con tu tiempo, si sigues riendo y llorando como antes.Yo sigo bien, con mis problemas, mis líos tontos, mis sonrisas intensas y mis problemas fugaces.

Hoy me acordé de ti, hoy volví a oir tu voz y tu respiración agitada, volví a recordar cuando me querías y yo no sabía como darte lo que no podía darme ni a mí misma.Y quise hablarte. Y, como acordamos, no te encontré por más que quise buscarte.

Espero que todo vaya bien, que hayas vuelto a ser feliz. Seguro que ya hay otra que se atreva a calentar tu cama como yo nunca pude hacerlo, seguro que ahora es otra persona quien te insulta y te dice te quiero, quien comparte contigo hasta el último segundo de su vida. Seguro que le gusta, como me gustaba a mí.

Espero también que cambiasen las cosas, que fortuna pasara cerca de tu vida, que el trabajo, el dinero, la salud, sean más propicios de lo que auguraba tu entorno. Espero que los astros jugasen de tu parte, espero que seas feliz.

Pero hoy vengo a darte las gracias, aunque no lo parezca, por haberte ido. Porque, a pesar de cuánto te echo de menos, sé que estoy mejor así. Sé que he avanzado mucho desde que no te encuentro, sé que contamos más separados que juntos. A día de hoy, si bien no todo es como yo quisiera, ni como ambos esperábamos que fuese, si es mejor de lo que nunca ha sido. O quizá soy yo, que estoy cambiando.

Quizá la presión no fuera sólo de mi entorno, quizá también tú aportases tu granito de arena.Quizá fuera yo que me sentía culpable por hacerte daño, quizá tú que no entendías mi complicada forma de ser. Como fuera, ya no importa, todo ha acabado.

Y como hoy te eché de menos, empecé a pensar en todo esto. Comencé a oir las distintas voces de mi conciencia, que llevaban tiempo invitándome a pensar en ti aunque mi cabeza intentara expulsarte llenándose de otras cosas.

Hoy me senté a dialogar con mis ideas, tomé un café con mis recuerdos y tendí la mano a los rencores que tenía contra mí misma por lo que te hice. Porque lo hice mal.

Quizá si yo fuera diferente, hubiéramos llegado a otro puerto. Pero cariño, soy a la vez olas y pasajero en este bote a la deriva, y lo mismo me quejo de las circustancias que las desencadeno. Hoy por hoy no me arrepiento de lo que hice, aunque sí de la forma en que lo hice. De cualquier manera, es tarde para volver atrás, pronto todo esto quedará en el olvido.

Sólo quería decirte que hoy me acordé de ti, y que fue bonito escuchar tu voz. Pero fue más bonito aún caer en la cuenta de que no voy a volver a escucharla, porque ya no eres parte de mi vida, porque he aprendido a ser feliz sin que seas mi salvavidas. He aprendido a nadar en mis propias olas, ya no me importa caerme del bote.

Espero, eso sí, que tú hayas llegado al puerto sano y salvo, sin más daño que un simple arañazo que sanará en poco tiempo. Y, ante todo, espero que seas feliz sin mí, como yo lo soy sin ti.

Hasta siempre,

La nunca más musa de tu simpatía.

viernes, 7 de septiembre de 2012

No sé si la palabra es hipotético o deseado.

Rabia, odio, sangre, dolor.

Aquella habitación, el rastro de sangre en las paredes, el olor a muerte. El resto de un aliento en el aire, de su último aliento, y un cuerpo sin vida en el suelo. Pero no un cuerpo cualquiera, sino su cuerpo.

A su mente venían ráfagas de imágenes intermitentes, como una película vieja que funcionara a ratos. Habían quedado y esa tarde ella había propuesto ir a un sitio distinto ("Haremos algo especial", había añadido con esa sonrisa tan característica suya), a una casa en medio de ninguna parte y que la chica había visitado con anterioridad. El chico accedió con una sonrisa de suficiencia, seguía creyendo que era él quien llevaba el control. Otro fogonazo. Él estaba atado a una silla mientras ella asestaba puñaladas mortales en su pecho con una fuerza que ni ella misma esperaba tener, sintiendo cómo el cuchillo desgarraba la piel, se acercaba a los órganos y los atravesaba con una sensación a la vez deliciosa y malvada, como de estar haciendo algo sumamente placentero que lo es más por el hecho de estar prohibido. Salpicaba las paredes de sangre, formando extrañas y aterradoras formas en el color sucio de una pared desgastado por el tiempo, con una banda sonora formada por los gritos de él y las risas de ella, la risa nerviosa de quien sabe que está haciendo algo mal, la risa frenética de quien se siente liberada, la risa inocente de una niña que no repara en las consecuencias de sus actos y sólo busca una nueva forma de diversión.

Y ahora lo veía ahí, tumbado en el suelo. Casi podría decirse que dormía si no fuera por el charco oscuro que formaba la sangre alrededor de su cuerpo inerte y esa herida tan grande y fea en el torso.

Oía una voz en su cabeza, su voz, diciéndole una y otra vez que la amaba, que la necesitaba, que sería suyo para siempre. Recordaba su respiración agitada aquella vez que lloraba y le pedía perdón por haberla perdido sin darse cuenta, cuando le repetía incansablemente lo importante que era para él. Y volvió a mirar el cadáver, pero esta vez con una visión completamente distinta.

Lo miro a la cara, recordando cuando cada noche soñaba con besarla, y volvió a imaginarse haciéndolo. Bajó su mano por el fuerte pecho, por su suave estómago, acariciándolo con dulzura una y otra vez. Como siempre, sus sueños le vinieron de repente, aunque esta vez les acompañaba su voz riendo con ella, gimiendo en su oído, susurrándole entre caricias y recordándole su amor, tal y como siempre lo hacía.

-¿Qué he hecho?- Pensaba una y otra vez, notando cómo los ojos se le empañaban poco a poco.

Miró de nuevo al chico al que, ahora se daba cuenta, seguía amando a pesar de todo el daño que le había causado. Fijó la vista en su cara y en su pecho, inertes ahora que ella había decidido llevar la locura de su amor al extremo del asesinato.

-¿Qué he hecho?- Se volvía a repetir mientras las lágrimas resbalaban por su cara como un río desbocado de aguas interminables.

Con un grito se desplomó junto al cadáver besándolo, mezclando sus lágrimas con la sangre aún caliente de aquel ser que seguía siendo el centro de su vida, lo más importante, su razón para seguir adelante, y a quien había arrebatado la existencia. Se acercó a sus dulces labios y los besó, susurrando su nombre, llorándole en silencio, implorando que reaccionase de una u otra forma y sintiendo cómo algo se rompía en su interior. Ahora lo sabía, lo amaba como nunca había amado a nadie, y no lo supo ver hasta que no fue demasiado tarde. Sin él, ahora lo entendía, no habría nada.

Ahora su llanto no era quedo, sino que los gritos de angustia se mezclaban confusamente en su cabeza con las lágrimas, los recuerdos y ese dolor sordo que le partía el pecho por la mitad y que era peor que cualquier sufrimiento que nunca hubiese sido capaz de imaginar.

Poco a poco su llanto se fue extinguiendo y la chica se vio capaz de levantarse, agarrándose el pecho, abrazándose a sí misma, pues sentía que en su interior algo se había destrozado por completo y dañado sin que hubiera manera alguna de arreglarlo. Lentamente y sin prisas, pues nada importaba ya, cogió del suelo el cuchillo, el único culpable y testigo que quedaría de todo lo sucedido en aquella habitación. Al mirarlo, vio también sus manos empapadas en sangre, igual que su ropa y, supuso, su cara. Miró el cuerpo sin vida una vez más y hundió el arma dentro suya, dejando que arrasara con todo lo que encontrara a su paso. Sonrió una vez más antes de cerrar los ojos y dejar que la muerte la arrastrara dulcemente hasta su acogedora morada, pronunciando unas palabras de amor que nadie escucharía.

Fue lo último que pudo llegar a pensar. Después, una ingente cantidad de sensaciones nuevas la invadió para anunciarle el fin. Sintió que su vista se difuminaba, que el tacto disminuía conforme iban disminuyendo los latidos del corazón, que previamente hubo cabalgado como un caballo salvaje sin rumbo ni jinete. La lengua se le pegaba al velo del paladar sin que fuese capaz de separarla y sintió que los oídos primero le pitaban muy fuerte para después someterse al más largo y terroríficamente relajante silencio.

Silencio, sólo silencio.


viernes, 6 de julio de 2012


Miró a la luna llena. Su luz y las nubes se entremezclaban creando extrañas formas sobre el negro del cielo. El viento soplaba, cambiando las luces y moviendo la coleta de la chica. Estaba de pie, con la ropa negra ajustada al cuerpo, el pelo oscuro ondeando en el aire y la vista alzada al cielo, observando la estrella. Marte, el Dios de la guerra, su protector. Fue para ella el más duro maestro y el más amable padre, fue el apoyo en el terreno y el enemigo en la batalla.

Recordó los campos de batalla, sangre formando ríos en el suelo, los miembros esparcidos y el dolor en las heridas infectadas que surcaban ahora su piel como viejos recuerdos que no se molestaba en ocultar. Marte le había enseñado a luchar, a matar, a no dejarse impresionar por el sufrimiento ajeno. Había entrenado su mente y cuerpo para soportar el dolor y había logrado que ella apreciara ese entrenamiento como el regalo que era.

De nuevo a su mente vinieron las espadas, los gritos de las numerosas batallas en las que había participado, las caras desfiguradas por ese intenso dolor que antecede de forma lenta a la muerte. Aquello no era más que un juego y ella, quien controlaba la partida. Marte le había enseñado a jugar, a controlar la partida. Era necesario un duro entrenamiento y una mente fría, y ella desde pequeña había sido entrenada para cumplir ambas.

El viento trajo consigo el aullido de un lobo y la chica sonrió. Con una última inclinación de cabeza se despidió del Dios que más fuerte brillaba en el cielo y se perdió corriendo entre los árboles del bosque.

 La cacería había comenzado.

sábado, 23 de junio de 2012

Mindbrain (I)

Desmontar, limpiar, montar. Desmontar, limpiar, montar. Tres sencillos pasos y otra pistola se añadía a la fila de armas que ya habían pasado la limpieza. Este ritual, que se repetía casi a diario, era tanto una obligación como un entretenimiento para ella. Le ayudaba a pensar, a evadir la mente mientras sus manos se movían mecánicamente, sin fallos, con una precisión marcada por las horas de práctica. Sus ojos, marrones como la miel y con un brillo indescriptible, se fijaban en las armas y las atravesaban con las pupilas dilatadas, señal clara de que su cerebro trabajaba a una velocidad vertiginosa.

Finalmente montó la última pieza y respiró hondo. Se levantó lentamente, estiró los miembros y se quitó un bolígrafo que usaba para sujetar el pelo, un gesto fácil y rápido que aprendió en sus años de estudio. A su espalda cayó una melena larga y negra. Sonriendo cogió uno de los mechones entre los dedos y lo observó. En realidad ese no era su color natural, pero siempre le había gustado y le ayudaba a mantener una imagen que ella misma había creado.

Avanzó hacia la nevera y la abrió, mostrando agua, golosinas y alguna que otra verdura. Cogió algo al azar y se lo echó a la boca, bebió agua y se encaminó de nuevo a la habitación contigua, que hacía las veces de salón, comedor y dormitorio. El apartamento, de menos de cincuenta metros cuadrados, tampoco daba para más.

 Aún así, era todo lo que siempre había deseado tener. Desde que tenía uso de razón había querido salir de casa, alejarse de todo y hacer una vida por sí misma, empezando desde cero y sin mirar atrás. Algunos lo llamaron miedo, huida...Pero no importaban ellos ni lo que pensaran, esa era su vida, tal y como ella la había formado, y no había vuelta atrás. "Eso es, ésa es la primera regla", se dijo a sí misma, "no hay vuelta atrás. Pase lo que pase, hagas lo que hagas, no vuelvas la cabeza atrás, no pienses más en ello. Tanto si lo haces bien como si lo haces mal tendrá sus consecuencias, pero no tiene sentido mirar al pasado y preguntarte "¿Qué hubiera pasado si?", porque en la vida no existen los condicionales ni las segundas oportunidades."

Parpadeó mientras volvía a centrar la mirada. Le pasaba siempre que pensaba en un momento de calma, se quedaba mirando al infinito, se le dilataban las pupilas y los ojos adoptaban una expresión de sorpresa. Sin embargo, en los momentos de acción la cosa se volvía bastante diferente. Sacudió la cabeza intentando no volver a distraerse en sus pensamientos

Fue entonces cuando escuchó por primera vez el timbre del teléfono, que debía llevar un buen rato sonando. No tardó en encontrarlo en el perfecto orden de su única habitación y descolgó con una sola palabra:

-Mindbrain.

sábado, 2 de junio de 2012

Vacío.

Duele ver mal a alguien que quieres, duele saber que algo ocurre y que no puedes ayudarle, porque no sabes siquiera si el problema eres tú. Duele que el día a día no cambie, que te cansen con ese algo que nunca has llegado a entender del todo. Duele la distancia, duele no poder tener a quien queremos y nos quiere aquí al lado, no poder abrazarlo y besarlo tanto como nos gustaría.

Sin embargo, el dolor no es malo. El dolor nos hace sentir que estamos vivos. Aunque no sea bueno, el dolor es un sentimiento, una muestra de que seguimos respirando. Lo peor es el vacío.

El vacío es levantarte y no ser capaz de sentir nada en el pecho. Es comer por costumbre, sonreír  por no hacer sentir mal a la otra persona. El vacío es no llorar, porque nada te duele, porque nada te afecta. Pero tampoco nada te alegra. Es vivir en un limbo dentro de tu propio cuerpo, es ser una sombra andante, es no sentir. El vacío es un dolor que llegó al tope y nos comió por dentro, es el letargo y la falta de expectativas que se comió nuestros sueños. Es rajarte para ver tu sangre y comprobar que sigues vivo, porque realmente no lo sabes, quizá ni siquiera lo estés.

Da miedo. El vacío da miedo. Porque no es algo externo que puedas evitar, es algo que está dentro tuyo, algo de lo que no puedes huir, porque no sabes siquiera cómo ha llegado allí. Y si, como yo, eres aún una niña pequeña a la que se le da bien huir de sus miedos, esta sensación es la peor de todas, es el miedo del que no se puede esconder, porque el fantasma eres tú mismo.

Por eso yo no temo la aventura (aunque salga mal), no temo el dolor, no temo el llanto. Porque mientras sufres estás vivo, El problema viene cuando no lo estás.

domingo, 27 de mayo de 2012

Despedidas.


Pasa demasiado a menudo que tenemos que despedirnos de alguien que se ha hecho demasiado importante para nosotros.
                 Unas veces esa persona ha estado ahí desde siempre. Quizá nos criásemos con ella, quizá  esté presente en la mayoría de nuestros recuerdos,  quizá nos salvase de millones de caídas,  quizá por eso durante años haya sido nuestro mejor  amigo.
                Otras veces esa persona llega en un momento, y al instante siguiente ya se ha hecho enorme e imprescindible para nosotros. Es difícil encontrar alguien que nos entienda tan rápidamente, que nos juzgue con la idea de ayudarnos a mejorar. Alguien que se encariñe de nosotros tan rápido como nosotros de él  o ella. Y a veces lo encontramos, y esa persona se convierte en alguien muy especial.
                Pero el tiempo pasa y por una cosa u otra las relaciones se acaban.
                Tal vez no era buena idea que fuerais tan amigos,  quizá temiste que uno de los dos confundiera el tipo de cariño que había surgido entre vosotros.
                O puede que haya llegado la hora, que él deba irse ahora a la universidad, lejos, y que no sienta ganas de volver a este sitio ni siquiera para verte.
                En cualquier caso, la relación se acaba. Lo despides con muchos besos y abrazos, lo acompañas a su puerta por última vez en mucho tiempo  y te vas intentando que no se te note que estás llorando, oyendo sus promesas de que volverá a verte, aunque tú realmente lo dudes.
O, simplemente, llega un día en el que él se despierta y se da cuenta de que ya no estás allí y no puede contactar contigo. Todo rastro tuyo ha desaparecido de su vida, porque tú te has esforzado porque fuera así. Le escribirás algo bonito,  intentarás plasmarlo todo en un papel, o en una pantalla. Le explicarás que es más fácil cortarlo que confundir sentimientos. Él no lo entenderá, te odiará. Tú llorarás y acabarás aceptándolo.
Realmente no importa cómo ocurra, todo ha acabado y por mucho que te duela ya no hay vuelta atrás. Te consuela saber que siempre vas a acordarte de él, que no vas a olvidarlo nunca. Te deprime saber que para él tú cada vez vas a significar menos, hasta que llegue el momento en que  se olvide completamente de ti, o no seas más que un recuerdo de la adolescencia.
                Pero consuélate pensando que si las cosas ocurren es por una razón, que los actos no pueden cambiarse, que ya no podemos volver atrás en el tiempo. Sonríe y levántate, sigue caminando y encuentra más gente a la que valga la pena conocer, gente que también deje su marca en tu vida, aunque en un momento también tengáis que separaros.

domingo, 22 de abril de 2012

Animales.


No era mi primer día en la universidad, pero aún no había visitado la mitad de las instalaciones ni, por supuesto, acudido a todas las clases.
No recordaba el nombre de esa asignatura en particular, sólo sabía que, a pesar de dar muchos créditos, no había casi nadie matriculado. Eso me atrajo, supuse que podría enterarme mejor y conseguir los créditos que me hacían falta para acabar la carrera cuanto antes. Sin embargo, al llegar al aula, me di cuenta de que el planteamiento de la asignatura no iba a ser nada convencional.
Éramos un grupo de 24 personas, en una sala que más parecía el salón de un castillo medieval que un aula de universidad. Quizá fuera porque nos encontrábamos en el edificio más antiguo del campus, quizá porque ese día llovía, pero el ambiente se hacía tétrico y con un cierto aire de tensión.
Repartidas por la sala había tres mesas, dos paralelas entre sí y perpendiculares a una tercera, más pequeña, donde se situaba una caja de cartón. Al ver a todo el grupo congregado alrededor de ésta, decidí acercarme a curiosear. No había letras, era una simple caja de juego de mesa. Alguien decidió abrirla y leer las instrucciones. En efecto, era un juego de mesa.
Cada uno de nosotros estaríamos caracterizados por un animal del que debíamos disfrazarnos, ayudados de los distintos utensilios que encontrásemos en las sillas que bordeaban las mesas. No recuerdo qué animal me tocó, puesto que dejé a todos elegir antes que a mí. Lo que sí recuerdo es que estaba en la esquina más alejada de la puerta, al borde de una mesa en la que no cabía bien por lo incómodo de mi disfraz.
Mientras yo intentaba adaptarme a mi nueva indumentaria, empezó el juego. En un principio no le presté mucha atención, parecían sólo una serie de retos en los que el armadillo se mostraba como un atleta nato. Después empezó lo fuerte, aquello que nunca olvidaré.
No había tirado yo más de dos turnos y pasado sencillas pruebas que, en mi opinión, no tenían ningún sentido en una clase, cuando el juego dio un giro de 180º. Era el turno de la mofeta, eso lo recuerdo perfectamente. Al tirar el dado, calló en una casilla negra, con letras rojas, que a pesar de tales colores y de la forma escabrosa de las letras no llamaba especialmente la atención. “Duelo a muerte”, rezaba. Tirando el dado por segunda vez, quedó acordado que debía enfrentarse con el armadillo.
Todos nos apartamos a los laterales de la pequeña habitación, para dejar espacio a unos contrincantes que, si bien tenían claro lo que había que hacer, no parecían muy dispuestos a dar el primer paso. Finalmente ocurrió y la mofeta insertó su zarpa en el pecho del armadillo, que calló al suelo. Fue entonces cuando todos nos dimos cuenta que las patas o cascos de nuestros respectivos animales habían sido sustituidas en el disfraz por garras afiladas capaces de rajar y, como habíamos comprobado, también de matar.
            Que el armadillo había dejado el juego nos lo confirmó un reguero de sangre que se extendió rápidamente por el suelo. Pero nos habíamos concienciado, éramos armas, y el juego debía seguir ahora que lo habíamos empezado. Era una de las reglas.
            Era mi turno. Asustada aún después de la reciente pelea, tiré el dado. Otra casilla negra, las mismas letras rojas. Asustada, miré el tablero y comprobé desolada que mi peor temor se mostraba ante mis ojos: a partir de cierto punto, todas las casillas eran iguales. El juego estaba hecho para que sólo sobrevivieran los mejores.
            Resignada, tiré el dado. La marmota. Estaría bien si no fuera porque era una de las pocas personas que conocía, concretamente un chico con el que había ido a clase durante toda la secundaria y el bachillerato. Se me hizo irónico, pues esa lucha se hacía por muchos predestinada. Nuestros caracteres eran demasiado distintos.
            Aún así, cuando me planté ante él, con el resto de animales mirando, no pensé en nuestras diferencias, ni en los años de rencillas. Pensé que era mi vida o la suya, y que no había posibilidad de elegir. O simplemente no pensé, quizá la adrenalina del momento me impidiese hacerlo.
            Sólo recuerdo tirarme a por él, gritar como nunca lo había hecho. Un corte en el brazo, un giro impropio de mí misma. Recuerdos borrosos, lágrimas en los ojos y sangre en mi extraño atuendo. Y, finalmente, un golpe seco a la altura de la nuez. Se la incrusté, murió de asfixia.
            Recuerdo que en ese momento me sentí liberada, que chillé como una loca, me gustó esa sensación. Pero mientras el resto seguía jugando, caí en la cuenta de lo que había hecho. Tuve mucha suerte, no volvió a tocarme ningún combate, y al resto no presté suficiente atención. Lo que sí recuerdo es que, llegados al final, sólo el armadillo y yo habíamos luchado. El resto estaba limpio.
            Se oyó una voz por megafonía diciendo “Alumnos, siéntense en las mesas”. Los megáfonos se escuchaban por todo el campus, pero entendimos que ese anuncio iba dirigido expresamente a nosotros.
            Cada uno tomó asiento en el lugar del que había cogido su disfraz. Fue entonces cuando salieron del techo sogas anudadas que se colocaron encima de nuestra cabeza, como presagiando nuestra inminente muerte. Sonó una voz. Esta vez no era megafonía, pero tampoco era ninguno de los que allí nos encontrábamos. “Has querido sentirte yo, eso merece la muerte”. Nos miramos entre nosotros, y me di cuenta de que la jirafa había palidecido. Lo reconocí, a pesar de que su cara se había deformado por algo que parecía miedo: era quien había abierto la caja y leído las instrucciones del juego.
            Fue una milésima de segundo lo que tardó la cuerda en bajar, agarrarse a su cuello y estirar, llevándoselo tras de sí por una cavidad en el techo. Tras él murieron 3 más, entre ellos el armadillo. Hubo entonces un silencio tenso, en el que todos nos miramos esperando la muerte del siguiente. En el fondo, yo me esperaba que, en la frase que anticipaba cada fallecimiento, alguna dijese “No puedes vivir con la culpa, ¿verdad?” y me matase. Pero no lo hizo.
            Nadie más murió, se calló la voz, y los supervivientes nos relajamos mientras nos sonreíamos tímidamente. Pero poco duró esa paz, ya que oímos un ruido en la ventana y rápidamente nos giramos a mirar. Alguien había escalado la pared, a pesar de la lluvia torrencial, y estaba golpeando el cristal esperando a que abriésemos. Yo era quien estaba más cerca, así que dejé pasar a aquella mujer de traje ajustado y máscara de gato.
            Dejó su capa en uno de los tantos asientos vacíos y se encaminó a la tercera mesa, en la que no había nadie, donde se sentó de cara a nosotros. Su cuerpo era delicado y bello, con suaves curvas. Sus ojos, visibles bajo la máscara, eran de un verde enigmático, frío y cálido al mismo tiempo. Calculé que no debía pasar de los 30. Su voz, cuando comenzó a hablarnos, se mostró grave y bella, con un matiz agudo, a la vez reconfortante y estremecedor.
“Bien”, nos dijo, “llegados a este punto creo que os debo una explicación. Para empezar he entrado por la ventana porque la puerta fue atrancada por uno de vosotros una vez que empezó el juego para que no pudieseis escapar. El mismo que se inventó que una vez empezado el juego debe terminarse. Por mentiras como esa, ahora esta muerto. En segundo lugar, como habréis podido averiguar, esta asignatura no es como el resto. Aquí vais a conoceros a vosotros mismos, vais a trabajar la individualidad. Vais a potenciar vuestro lado más fuerte, vais a convertiros en bestias. No os preocupéis por las muertes, el Estado está al tanto de nuestras actividades y, como rector, tengo algunos beneficios que él mismo me concede. Mi capricho es esta clase.” Hizo un movimiento del brazo abarcando el aula, mientras una sonrisa se adivinaba en su voz y en la forma de sus ojos.
“Os habéis embarcado aquí sin saber a lo que veníais, así que os propongo un trato. Aquellos que sean menores de edad podrán elegir entre jugar, o irse. Sin ningún tipo de represalia ni amenaza. Simplemente no volverán a pisar esta clase.”
Los menores de edad nos miramos en ese momento. Éramos cuatro, de los 15 que habíamos quedado. “Su situación es distinta a la mía”, pensé, “ellos no han matado a nadie. Yo soy una asesina.”
Ese pensamiento cubría mi mente entera, pero aún así, no acertaba a decidirme. Dar muerte a una persona estaba mal, cierto. Pero aún recordaba la sensación al matar a mi compañero y, para que negarlo, me había gustado, al igual que me gustaba la rectora  y su estilo. Decidí sin embargo, dejarme guiar por lo correcto y solicité una tutoría.
Pedí a la rectora  que me retirara del juego, ya que suponía un compromiso con mis ideales. Su respuesta, sin embargo, me confundió. Fue como si alguien me mostrara lo que yo llevaba tanto tiempo intentando acallar. “Tú no tienes ideales, y lo sabes. Tú, como yo, tienes instintos. Serías perfecta para este juego, realmente lo eres.” Dudé, me hizo dudar. Me hizo plantearme si no llevaría razón y no sería yo la única que se engañaba a sí misma. “Pero si quieres abandonar, estás en tu derecho”. Esas palabras, esa forma de renunciar a mí aún habiendo dejando claro lo capaz que me veía, eso lo decidió todo.
Hoy es mi segundo día de clase. Quedan minutos para que empiece el próximo juego.

lunes, 9 de abril de 2012

Una sonrisa.

Subes y te miras al espejo, como siempre. Y te ves guapa, aunque haya otras que lo sean más que tú.
Ves tu piel pálida en el cristal, adornada con un ligero matiz rosado a la altura de las mejillas. Los ojos que te devuelven la mirada están enmarcados en unas gafas que reflejan su fuerza natural, una montura del mismo color que los reflejos que a veces parecen adornar tu cabello. Tu nariz, que muchas veces juzgaste desproporcionada, es hoy el punto perfecto en el sitio adecuado.
Otras veces los ojos que te devuelven la mirada son más grandes, con una mirada cálida, del mismo tono caoba que el pelo largo que cae abrazando suavemente tu cintura. La piel quizá sea más oscura, quizá tienes el pelo muy corto, ¿y qué más da?
Quizá no sean sino verdes, con tonos amarillos y grises que forman figuras caprichosas en el centro de tu iris. Tal vez sean redondos, con unas grandes pestañas, o tengan una caprichosa forma almendrada que te de un aire distinto.
Tal vez la cara no sea de mujer, sino de hombre. Puede que no seas castaña, sino pelirrojo. Da igual que hoy tampoco te hayas afeitado, que tengas ojeras, que esta semana se te olvidara depilarte.
Lo importante es ese momento decisivo, esa lucha entre el espejo y tú con tu autoestima como única vencedora. Ese momento en que te miras de frente, tal y como eres, sonries y te ves guapa. O guapo. O quizá sexy, atractivo, interesante. Lo esencial  es que es algo que te gusta. Te has encontrado contigo mismo, has visto tus defectos y virtudes, y has resaltado las últimas.
            Vuelves a mirarte, vuelves a sonreirte, a enamorarte de la curva de tus labios, del brillo de tus ojos. Y en esa sonrisa, en ese instante al que ni siquiera estás prestando atención, comienzas a quererte. 

domingo, 18 de marzo de 2012

  Lo cierto es que han tenido que avisarme de que estaba nominada, puesto que los estudios me roban tiempo y casi no visito blogs ajenos, por no decir el propio.
  Pero ahora que estoy aquí, ya respondo a las preguntas a las que he sido nominada por Marisa :
1-¿Qué momento de tu vida te trae mejores recuerdos?
Depende de qué tipo de recuerdos hablemos. Están los momentos reales, y la ficción. De los reales guardo, al menos de momento, como ejemplo el último 16 de Marzo, antes de ayer, el día de mi cumpleaños que pasé con la gente que realmente quiero ( Marisa ,Gaucho y Alberto).. De los ficticios guardo los momentos con esa familia que no considero tal, y que prefiero sinceramente olvidar.
2-¿Qué sentimiento es el que más me gusta?
Tengo que copiar a Marisa, y por tanto a MaJmá, es el amor. En todas sus formas de expresión: amistad, cariño, familiaridad, amor del de verdad...
3-¿Cómo te imaginas dentro de 20 años?
En un país muy lejano, de cuyo nombre no pueda acordarme. Me gusta pensar que seré feliz, y hay gente a la que le gusta pensar que tendré la familia que hoy día tengo como imposible. Ojalá todos tengamos razón.
4-¿Hay algún personaje ficticio (televisivo, literario...) con el que te identifiques?
Realmente no. Soy demasiado complicada y a la vez absurda, soy demasiado Carmen como para parecerme a alguien más.
5-¿Cuál es tu verdadera vocación (en lo que a estudios se refiere)?
Quiero ser médico. Quiero ayudar, quiero ser útil. Quiero ver un humano por dentro y saber qué pasa en cada una de sus células. Y realmente ahora mismo es lo único que quiero hacer, cuando no me de la nota de selectividad ya veremos.
6-¿Qué cosas te llevarías a una isla y por qué?
Mi móvil, e internet. Lo cierto es que también me gustaría llevarme a la gente que quiero, pero no estaría bien atarlos a mí, así que me los dejaría.
7-Dime qué deseo te gustaría que se cumpliese, y por qué.
De momento tengo más de lo que pueda pedir.
8-Cómo reaccionarías si tu mejor amigo/a te hiciese una jugarreta.
No pasaría nada, I swear.
9-¿Alguna vez te has sentido avergonzado por algo?
A menudo. Demasiado a menudo.
10-Si te dijeran que vas a morir mañana, ¿qué harías esta noche?
Practicar el coito repetidas veces.
11-¿Crees que nuestro destino está escrito o crees en el azar?
El destino lo escribe uno mismo, y es eso lo que más nos hace seguir hacia adelante.

Perdonad si hay algún fallo en el texto, colores y tal. Aún no he aprendido a manejarme por aquí del todo, ni tengo tiempo para hacerlo.
Seguiré actualizando en cuanto pueda.

martes, 6 de marzo de 2012

Un "gracias" escondido.

   Sé que el título puede sonar raro, pero seguro que habrá alguien que enseguida lo comprenderá. En concreto, la gente que pueda darse por aludida con lo que voy a escribir a continuación.
   Esa gente que, pase lo que pase, vaya como vaya tu día siempre está ahí, esperando con una sonrisa (o quizá una lágrima) esperando a que aparezcas. Esa gente que escucha tus alegrías, tus penas, tus miedos escondidos y tus chistes con efecto soporífero. Por esa gente que, en definitiva, permanece a tu lado cuando los necesitas. Porque a los amigos no sólo los necesitas en los baches, los necesitas también en tus alegrías, para compartir con ellos esa felicidad de la que disfrutas y que sabes, en parte, que les debes.
   Esas personas que todos tenemos, aunque a veces nos veamos tan hundidos que no lo queramos admitir. Esas personas que pueden vivir al lado tuya, o quizá en la otra punta del planeta. Pero, en definitiva, alguien con quien puedes contar.
   Es bonito levantarse un día y mirar atrás, ver todos aquellos bajones bajo una nueva luz, ver aquellos instantes en los que creiste estar sola y saber que nunca volverá a ser así. Porque les tienes a ellos, porque ellos son la luz que se ve al alzar la cabeza, por mucho que te hayas adentrado en el pozo. Esas personas (o esa, en realidad con una ya es suficiente) que se niegan a aceptar que les des las gracias, que entienden y atesoran cada una de tus muestras de cariño por muy extrañas que sean. Gente que merece la pena, gente difícil de encontrar y gente a la que sin duda quieres mantener en tu vida.
   Y ésta, porque no se me ocurre otra, es mi forma de darles las gracias por estar ahí, por ayudarme a levantarme cada vez que caigo, por avisarme y aconsejarme un descanso cuando ven que me flaquean las piernas. Por mis tres amigos, por quererme y apreciarme tal y como soy. Por saber ver en mí lo que los demás muchas veces negamos y no inventar virtudes como excusa para su cariño. Por conocer mis defectos y no sentirse mal ante ellos, por ayudarme a aprender de mis errores y por disfrutar conmigo cada una de mis carcajadas. Por todos esos "gracias" y "te quiero" que a veces me callo por miedo a ser pesada. Porque sin vosotros mi vida no sería igual, y lo sabéis.
  Gracias por ser parte de mi vida, por haberme dado la oportunidad de conoceros y hacerme un huequecito en vuestro corazón.
  Que os quiero es algo que os repito a diario, pero aún así, si no sois conscientes, lo hago y de veras.
   Y a los que tengáis alguien como ellos un consejo, no los perdáis por una tontería, porque una amistad que valga la pena es algo muy difícil de conseguir, dadle valor al bien tan preciado que poseéis.

sábado, 4 de febrero de 2012

Cosas que pasan.

      Un día te pones a pensar en cierta persona. Te das cuenta de que no la conocías de nada, que todo pudo haber sido muy distinto. Piensas en todos los momentos que llevaron a la situación actual, en lo sencillo que fue y en lo distinto que podría haber sido si se hubiera cambiado un sólo detalle.
       Y sin embargo has llegado hasta aquí, has visto su cara, has acariciado sus manos. Has soñado con sus besos y has sentido sus labios sobre los tuyos. Podría haber sido de mil maneras distintas, un sólo gesto o palabra podía haberlo torcido todo. Y sin embargo has llegado hasta aquí, has hecho mil avances aunque fueran a paso de tortuga.
      Pero de repente algo cambia. Empiezas a pensar. Todos tus defectos vuelven a tu mente, destierran las virtudes de las que secretamente te enorgullecías y empiezas a preguntarte si algo ha fallado. Quizá esos besos no fueran ciertos, quizá lo que tu interpretaste como algo más no era más que una amistad sincera y valiosa.
     El problema, como tú entendiste hace ya tiempo, es que tu no quieres su amistad, por muy bonita que pudiera ser. El problema es que tú necesitas otro tipo de cariño, otro tipo de caricias distintas a las que él quizá quiso prodigarte. El problema es que empezó por una tontería y al final esa persona te cala dentro, muy dentro, tan dentro que incluso lo necesitas.
    Es entonces cuando te pones a pensar. Piensas qué pasaría si estuvierais juntos. Qué pasaría si lo dejases ir. Qué pasaría si, en vez de esperar la felicidad de todo el mundo, por una vez luchases por la tuya. Pero está en tu naturaleza, no puedes evitar ser así, prefieres ver sonreir a esa persona aunque sea a costa de tus lágrimas.
    "Pero ya estoy cansada"dice una voz en tu mente "Yo tambien merezco ser feliz". Ya no sabes qué hacer, qué pensar. No sabes si callar o gritar al mundo entero lo que sientes. Y no lo sabrás nunca. Optarás por luchar o por dejarlo ir, y siempre te preguntarás qué habría pasado si hubieras elegido la otra opción.
     Aun así no hay forma de cambiarlo, no hay nada que puedas hacer. Sólo te queda tirar hacia adelante, apechugar con lo que hiciste, pensando que, al fin y al cabo, son simplemente cosas que pasan.

martes, 3 de enero de 2012

#2

Queria decirle que casi ya no sentia.Queria contarle la verdad que hay tras esos ojos cerrados,cansados de esperar.Queria hacer que por ultima vez sonriese,volviese a sentirse seguro,feliz en paz y armonia con todo lo que una vez fue,con todo lo que nunca será.Queria que sintiese lo que ella sentia,que viese lo que ella veia,pero sin llegar a dar el paso que ella estaba a punto de dar.
Sabia que lo que estaba a punto de hacer,lo que ya estaba haciendo,quiza no mereciera la pena,pero estaba dispuesta a hacer ese sacrificio para satisfacer su curiosidad,para hacerse un poco mas fuerte,quiza para demostrarle a el todo lo que podia hacer.Y el estaba alli a su lado,expectante.¿Qué pretendia?No volverian a hablar,no volveria a oir su voz,no podria compartir con ella los experimentos de tan arriesgada aventura.Y es que ese era el fin,y ambos lo sabian aunque trataran de ocultarlo con pequeños velos y verdades a medias.Querer saber lo que habia mas alla de la muerte solo llevaria a caer en ella,a ser parte de ella,a desligarse de ese mundo en el que ahora vivian aunque no quisiesen seguir...Por eso ella se habia adelantado,habia salido entre la multitud diciendo que ella llevaria a cabo la tarea,que haria lo que nadie osaba intentar,ya que ¿que podia ella temer a la muerte,si la vida era mayor castigo del que pudiera pensar?
Fue entonces cuando lo conocio,cuando el tambien se adelanto y dijo que la ayudaria,que juntos desafiarian a la Parca,que llevarian a cabo el sueño de la humanidad desde tiempos inmemoriables.Ellos vencerian a la muerte y acabarian con su reinado,basado en el terror a lo desconocido,miedo a no saber que hay mas alla.Pero para ello,por supuesto,debian arriesgarse,uno de ellos deberia sacrificarse para ir mas allá.Ella fue la primera en adjudicarse ese honor,el honor segun ella de acabar con una vida de sufrimientos y penurias,el honor de aprender incluso cuando ya todo acaba. 
Pero ahora,con el fin cerca,se daba cuenta de que nada de eso tenia sentido.No podria comunicarse con el,a pesar de la infinidad de medios que habian inventado para ello.Ahora que estaba de camino,ahora que sentia como sus sentidos se iban apagando,sabia que no habia tecnologia capaz de penetrar en esa niebla,barco capaz de adentrarse en ese mar que la absorvia y se apoderaba de todo su ser.
Ahora sabia que aquello era para siempre,que por mucho que quisiese nunca podria volver atras,por mucho que estudiasen no podrian revertir aquello...porque la muerte era la base de su humanidad,era lo unico que les prohibia llegar a los maximos niveles de arrogancia.Ahora sabia que no volveria a ver la luz del sol,que se acabaria una vida resignada al sufrimiento,que no volveria la humillacion ,que el dolor pasaria a formar parte de la Historia,de una historia pasada que nunca volveria.Pero tambien sabia que no volverian los buenos momentos,escasos si,pero irrepetibles.Pequeñas sonrisas que sin querer se escapaban por la comisura de unos labios comidos por las lagrimas,mordidos por los labios sedientos de la mutilacion.En realidad,de repente lo supo,siempre habia tenido el miedo de acabar con su vida antes de haber conocido la verdadera felicidad,;y ahora,mientras una parte de su cerebro le decia que nunca la habria conocido,la otra la regañaba por no haberlo intentado.Pero ya es tarde,decia una tercera opinion,ya estamos llegando,ya no hay vuelta atras.
Fue entonces cuando las otras dos partes de su cerebro reaccionaron,chillaron,gritaron,intentaron zafarse de la trampa que ellas mismas se habian puesto,intentaron escapar...sin sentido,por supuesto.Como esa voz sabia le decia,estaban llegando....ya los sentidos no formaban parte de ella,su mente solo era oscuridad,voces apenas audibles...y esa luz que poco a poco se iba acercando hasta que,con un fogonazo final,lo acabo todo.

lunes, 2 de enero de 2012

Lluvia.

Hoy es uno de esos días en que te levantas y no hace frío, pero que cuando miras al cielo se te mete en los huesos. Está mañana, al despertar, el  suelo estaba mojado y las nubes teñían el paisaje de un tono tristón.
Para mi abuela, hoy era día de migas, de acercar la enorme sartén al fuego y cocinar.  Para mí era día de botas militares, paraguas ancho y mp3 a tope de batería. Era día de salir a la calle y pensar. De caminar hasta que los pies se me machacasen, de destrozar la superficie de cuantos charcos encontrase a mi paso.
O simplemente, de quedarme en mi  cuarto mirando por la ventana. De jugar con las gotas de lluvia que resbalan mi cristal y dejar que la música me inundase por completo.
En cualquier caso, los días de lluvia son días de música.  En realidad, cualquier día es día de música. Pero cuando llueve los sentidos se aletargan, se abren los poros para expulsarlo todo, y es más fácil para los pensamientos volar libres y para los sentimientos despertar. En los días de lluvia es cuando la música, esa gran amiga, se torna suave y sencilla, acaricia tus oídos e ideas  de una forma a la vez humilde y majestuosa.
 Y hoy es uno de esos días en los que me gusta dejarme llevar, esos días en los que los tonos grises son reflejo del mundo pero no son tristes, esos días en los que llorar no es pecado  si lo haces a solar y con la excusa de una canción. Hoy mi día se llama canción, la música hecha poesía, un festín para mis oídos y mi corazón.
Hoy las notas se han hecho versos para expresar lo que llevaba tanto tiempo guardado en mí. Hoy la poesía invade mis venas, mi nombre, poesía, que vuela libre con cada nota que se desvanece en el aire.

domingo, 1 de enero de 2012

Cuando piensas en voz alta delante de un folio en blanco

Ahora todos van a olvidarse de ella,su nombre desaparecerá entre las lagunas del olvido.O quizá no desaparezca,quizá nunca existió.Quizá todo lo que creyó vivir no fue más que un espejismo creado por su imaginación,no fue más que un intento por sobrevivivr.Quién sabe,si no ella misma sabe lo que está bien o mal,qué es arriba o abajo,no sabe siquiera si es dueña de su propia existencia o es la vida quien la arrastra hacia ese pozo sin fondo que nada bueno puede contener.Oye mientras cae a su alrededor voces,gritos,rugidos.Ve de lejos bestias inmundas,garras afiladas que la atraviesan sin que su cuerpo lo note,tal es la agonía y el vacío que la ahogan por dentro.¿Puede alguien odiarse a sí mismo?Eso parece,pues ella lo hace a cada segundo.Eso,claro está,en los breves momentos de lucidez en que entiende todo lo que ha pasado y no cree que esta muerte súbita sea un mero engaño de su mente.
Pero ya basta de caer,parece que el pozo sí que tenía fondo.Ahora levántate,usa tus piernas aunque no te aguanten y corre,corre cuanto puedas,pues el dolor te persigue y has de ser más rápida que él.Mala suerte,te alcanza,cada vez está mas cerca.Y ya no sabes qué harás cuando te alcance,porque esta vez ya no habrá otra oportunidad.
Así que ahora no corras,sigue andando.Camina como si todo fuera bien,como si en tu corazón hubiese algo más que vacío y soledad.Aparenta estar bien y así,con bastante suerte,quizá llegue un día en el que olvides lo mal que está todo y puedas volver a empezar.Quizás un día seas capaz de acostumbrarte al dolor,como algunos dicen saber hacer.Ahora,anda.Cubre tus lágrimas con besos inventados,ama tu piel como si alguien lo hiciera por ti.Oculta esos tristes versos que manan de tus labios doloridos y cámbialos por alegres canciones con un trasfondo de muerte sin piedad.
Hazte al mundo,niña,y madura.Es hora de que aprendas que la vida no va a darte nada.Es hora de que aprendas que al mundo no le imporas,que en esta cuenta bancaria,si fueras un número serías rojo.Que para el resto de mortales,tu definición mas exacta es escoria,aquello que nunca debió existir.Y aprende,como debiste aprender hace tiempo,que si qiueres algo debes conseguirlo tú.Nunca confies en nadie pues en quien mas confies y en quien mas te apoyes puede abandonarte cuando mas lo necesitas.No dejes que nadie te vea llorar,pues así solo demostraras tu debilidad.Construyete un yelmo,que las facciones de hierro cubran tu rostro y muestres sólo aquello que tu quieras mostrar.Lucha por tí y por tu vida,porque sólo tienes una y no puedes gastarla llorando.