sábado, 17 de agosto de 2013

A cien por hora

Se apoyaba en mi hombro mientras lloraba. Y yo no la veía pero sabía cómo caían las lágrimas por sus mejillas y cómo llegaban a mi camiseta y la empapaban. Y sabía cómo se le movía el pecho por el roce con el mío. Y yo le tocaba el pelo suavemente y la rodeaba por la cintura, mientras susurraba palabras sin sentido en su oído intentando que se tranquilizase. La quería demasiado como para verla llorar.

No sé cuánto tiempo permanecimos así, ella llorando, yo deseando que no se me saltaran las lágrimas porque no soportaba verla mal. Hasta que por fin lentamente se apartó, llevándose las manos a los ojos. Y vi pequeñas perlitas que no eran otra cosa que sus lágrimas entre las uñas bien perfiladas, que bajaban por los dedos blancos y delicados.

Y al apartar las manos allí estaba de nuevo, serena y firme. Con los ojos algo rojos, pero no importaba, sólo acentuaba lo claro de su mirada, de sus enormes ojos azules. Cómo la quería y qué poco nos lo demostraba.

Fue ella quien tuvo que lanzarse. Fue la primera en cerrarme los ojos y abrirme el apetito. Fue ella quien se inició y, con aquel primer beso, fue capaz de ponerme el corazón a cien por hora.

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