lunes, 2 de enero de 2012

Lluvia.

Hoy es uno de esos días en que te levantas y no hace frío, pero que cuando miras al cielo se te mete en los huesos. Está mañana, al despertar, el  suelo estaba mojado y las nubes teñían el paisaje de un tono tristón.
Para mi abuela, hoy era día de migas, de acercar la enorme sartén al fuego y cocinar.  Para mí era día de botas militares, paraguas ancho y mp3 a tope de batería. Era día de salir a la calle y pensar. De caminar hasta que los pies se me machacasen, de destrozar la superficie de cuantos charcos encontrase a mi paso.
O simplemente, de quedarme en mi  cuarto mirando por la ventana. De jugar con las gotas de lluvia que resbalan mi cristal y dejar que la música me inundase por completo.
En cualquier caso, los días de lluvia son días de música.  En realidad, cualquier día es día de música. Pero cuando llueve los sentidos se aletargan, se abren los poros para expulsarlo todo, y es más fácil para los pensamientos volar libres y para los sentimientos despertar. En los días de lluvia es cuando la música, esa gran amiga, se torna suave y sencilla, acaricia tus oídos e ideas  de una forma a la vez humilde y majestuosa.
 Y hoy es uno de esos días en los que me gusta dejarme llevar, esos días en los que los tonos grises son reflejo del mundo pero no son tristes, esos días en los que llorar no es pecado  si lo haces a solar y con la excusa de una canción. Hoy mi día se llama canción, la música hecha poesía, un festín para mis oídos y mi corazón.
Hoy las notas se han hecho versos para expresar lo que llevaba tanto tiempo guardado en mí. Hoy la poesía invade mis venas, mi nombre, poesía, que vuela libre con cada nota que se desvanece en el aire.

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