sábado, 2 de junio de 2012

Vacío.

Duele ver mal a alguien que quieres, duele saber que algo ocurre y que no puedes ayudarle, porque no sabes siquiera si el problema eres tú. Duele que el día a día no cambie, que te cansen con ese algo que nunca has llegado a entender del todo. Duele la distancia, duele no poder tener a quien queremos y nos quiere aquí al lado, no poder abrazarlo y besarlo tanto como nos gustaría.

Sin embargo, el dolor no es malo. El dolor nos hace sentir que estamos vivos. Aunque no sea bueno, el dolor es un sentimiento, una muestra de que seguimos respirando. Lo peor es el vacío.

El vacío es levantarte y no ser capaz de sentir nada en el pecho. Es comer por costumbre, sonreír  por no hacer sentir mal a la otra persona. El vacío es no llorar, porque nada te duele, porque nada te afecta. Pero tampoco nada te alegra. Es vivir en un limbo dentro de tu propio cuerpo, es ser una sombra andante, es no sentir. El vacío es un dolor que llegó al tope y nos comió por dentro, es el letargo y la falta de expectativas que se comió nuestros sueños. Es rajarte para ver tu sangre y comprobar que sigues vivo, porque realmente no lo sabes, quizá ni siquiera lo estés.

Da miedo. El vacío da miedo. Porque no es algo externo que puedas evitar, es algo que está dentro tuyo, algo de lo que no puedes huir, porque no sabes siquiera cómo ha llegado allí. Y si, como yo, eres aún una niña pequeña a la que se le da bien huir de sus miedos, esta sensación es la peor de todas, es el miedo del que no se puede esconder, porque el fantasma eres tú mismo.

Por eso yo no temo la aventura (aunque salga mal), no temo el dolor, no temo el llanto. Porque mientras sufres estás vivo, El problema viene cuando no lo estás.

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